José M. Zuniga, PhD, MPH, es el presidente y CEO de la  International Association of Providers of AIDS Care (IAPAC por sus siglas en inglés), que representa a más de 30.000 médicos y proveedores de atención médica en todo el mundo. IAPAC también sirve como secretaría del Fast-Track Cities Institute, que apoya a una red de más de 390 ciudades que realizan un esfuerzo para terminar con su epidemia de VIH antes de 2030.

 

Nos acercamos a dos plazos establecidos por las Naciones Unidas (U.N. por sus siglas en inglés): alcanzar ambiciosos objetivos programáticos relacionados con el VIH antes de 2025 y terminar con el SIDA como una amenaza para la salud pública antes de 2030. Zuniga reflexiona sobre los éxitos, comparte sus preocupaciones y explica por qué sigue siendo optimista sobre la respuesta global al VIH.

José M. Zuniga, PhD, MPHCourtesy of IAPAC

 

¿Estamos encaminados para alcanzar las metas y los objetivos de las Naciones Unidas sobre el VIH?

 

No estamos encaminados, aún si usáramos las mediciones más favorables. Esto no quiere decir que no se haya hecho ningún progreso. Después de todo el VIH ha pasado de ser una sentencia de muerte automática a una enfermedad crónica para las 28,2 millones de personas que hoy viven con el VIH que están en terapia antirretroviral (ART por sus siglas en inglés). Sin embargo, 6,1 millones de personas no conocen su estado, y entre los que conocen su estado el 30% no está en ART, cuyo éxito resulta en un VIH indetectable, es decir Indetectable=Intransmisible, o I=I (en inglés U=U, o Undetectable Equals Untransmittable). La pandemia del COVID nos alejó aún más del camino.

 

¿Qué ha salido mal y bien?

 

Nos distrajimos. Algunos de nosotros nos volvimos complacientes, aparentemente satisfechos con el progreso obtenido antes del COVID-19 y/o la creencia improbable de que las pérdidas causadas por la combinación de las epidemias del VIH y el COVID-19 no eran tan graves como se creyó al principio. También hay una disposición a abarcar otros temas, que si bien son importantes, nuestro propio mensaje, que se enfoca en avanzar la respuesta al VIH, debería poner énfasis primordialmente en el VIH.

 

Por ejemplo, haber pasado dos años obsesionados casi exclusivamente con el COVID-19 mientras que el VIH continúa haciendo estragos entre poblaciones clave, ha sido contraproductivo en nuestros esfuerzos de disminuir la complacencia, instar a la participación y abogar por la continuidad de las inversiones. Hay una larga lista de otras fallas que no hemos atendido, incluyendo la lentitud para implementar las intervenciones médicas de prevención del VIH que veíamos antes y que esperamos evitar con la aparición de antirretrovirales de largo efecto.

 

Aprender las lecciones de lo que ha salido mal es tan importante como aprender y replicar los éxitos. Debemos tener esas conversaciones, no aislados de quienes están siendo más afectados, sino liderados por ellos. Las personas que viven con y que están a riesgo de contraer el VIH deben tener un rol prominente en el liderazgo de las discusiones sobre cómo volver a encaminarnos.

 

La lista de lo que hemos hecho bien es muy larga. La comunidad del VIH ha sido pionera en la defensoría para abordar una epidemia que explotó en una pandemia y se cobró la vida de millones de personas en el proceso. A medida que esa tragedia se desarrollaba, el movimiento del VIH fue tomando forma, actuó y asumió la responsabilidad de asegurar que la trayectoria de un diagnóstico de VIH que en un principio era seguramente una muerte temprana, se transformara en la posibilidad de vivir una larga vida.

 

Este éxito se basó en la participación comunitaria, la vocación política, sólidas políticas públicas y financiamiento de la salud. El liderazgo de las comunidades afectadas llevó al movimiento del VIH más lejos de lo que hubiera llegado si la respuesta hubiera quedado sólo en manos de los gobiernos.

 

Las comunidades afectadas siguen estando en las primeras filas, abogando, entregando y monitoreando servicios de VIH. Así es como debe ser, y debemos asegurar que las poblaciones clave, incluyendo a personas LGBTQ y migrantes, se levanten y que sus organizaciones de apoyo social y sanitario tengan los recursos adecuados para combatir las desigualdades y el estigma. El liderazgo de aquellos más afectados por el VIH es crucial, no sólo porque son los más indicados para liderarnos, sino que además es un imperativo moral.

 

¿Qué cosas te quitan el sueño cuando piensas en la respuesta global al VIH?

 

Es el hecho de que aun contando con las herramientas y el conocimiento para garantizar que las personas que viven con el VIH tengan una esperanza de vida prácticamente normal, seguimos viendo un número inaceptable de muertes por SIDA anualmente: 680.000 en 2020. También me pesa el hecho de que si bien la epidemia pediátrica del VIH ha disfrutado de una buena cantidad de discursos, la respuesta real no ha sido suficiente debido a la falta de recursos.

 

También me preocupa que sin una participación más sólida para terminar con el status quo, las personas que viven o que están afectadas por el VIH continuarán siendo injustamente el blanco de leyes arcaicas e inhumanas, que condenan a algunos a languidecer en las cárceles por razones que están más basadas en ideología que en la ciencia. 

 

Se me parte el corazón cuando escucho que ha disminuido el compromiso político y económico para mantener una respuesta integral y sólida al VIH que nos lleve hasta la línea de llegada. Me preocupan las desigualdades que son parte de nuestro sistema de salud y la falta de planificación para implementar las innovaciones de una forma equitativa.

 

Por último, las crisis creadas por el hombre, como la que estamos observando con la guerra sin provocación contra Ucrania me enoja, porque finalmente al perpetrar estos actos de agresión militar, los derechos humanos a la vida, a la dignidad, a la salud y a la autorealización están siendo violados. 

 

Asumiendo que ya no sea demasiado tarde, ¿qué podemos hacer para volver a encaminarnos?

 

Tenemos que reenfocarnos. Podemos y debemos abordar las barreras persistentes que debilitan nuestra capacidad de volver a alcanzar el impulso contra el VIH y que también le niegan a las personas la oportunidad de llevar vidas saludables en una sociedad más justa, lo que es igualmente importante.

 

Sin embargo, en muchas instancias las instituciones aliadas están mejor posicionadas para guiar e informar nuestra defensoría para los facilitadores sociales. De igual modo, necesitamos integrar mejor el estudio de las epidemias de una población en nuestro trabajo, incluyendo las condiciones de salud mental, las que se han vuelto más agudas después de la pandemia del COVID-19. Obviamente necesitamos políticas públicas sólidas para guiar nuestros esfuerzos y recursos económicos adecuados para energizar la respuesta al VIH.

 

La necesidad de reimaginar la prevención del VIH es urgente, particularmente para afrontar la nueva ola de infecciones con VIH, la que se encuentra en los 1,5 millones anuales. También es urgente la eliminación de estrategias antiguas que no han conseguido atender las necesidades de comunidades afectadas. Más aún, con demasiada frecuencia nuestras intervenciones están basadas en cuestiones políticas más que en la ciencia, por ejemplo en relación a los sitios de inyecciones supervisadas para las personas que se inyectan drogas.

 

Abordajes basados en data, en la igualdad e informados en las evidencias son los únicos caminos para recuperar la fuerza del movimiento del VIH, pero estos abordajes solo funcionarán si ponemos a las comunidades afectadas al volante. En relación a esto, los derechos humanos deben estar en el centro de la respuesta al VIH, ya que en definitiva el virus no es la única causa de tanta indignidad y sufrimiento soportado durante tantas décadas.

 

La nuestra es una tarea monumental para avanzar en la agenda de la transformación social, cuyos objetivos están alineados con la respuesta al VIH pero también se alcanzan a través de alianzas estratégicas con la equidad, seguridad alimentaria, pobreza, los derechos de las mujeres y otros movimientos. Todo esto es posible, pero debemos tener la humildad de reconocer nuestra difícil situación actual y el valor que nos dan nuestras convicciones para volver a encaminarnos.

 

¿Tienes esperanzas en el futuro?

 

Soy un eterno optimista, sobre todo porque veo que hay abnegados defensores, médicos, investigadores, proveedores de servicios, líderes de salud políticos y públicos y otros que están haciendo un gran progreso. Podemos volver a comprometernos con una inversión adecuada para obtener una respuesta global renovada y revitalizada contra el VIH.